Para poder analizar las ideas o acciones del presente, es necesario entender su origen, de dónde vienen. Encontramos un auge del conservadurismo que se puede ver a través de las relaciones de las nuevas generaciones. Nos alarmamos al ver a chicas muy jóvenes viviendo relaciones machistas, misóginas, que en muchos casos se pueden llegar a considerar violencia de género. Y no entendemos el porqué. Después de venir de años de progreso gracias a la lucha feminista, a nuestra lucha, se produce un auge reaccionario que trata de volver hacia atrás. Los motivos son muchos, pero ¿qué tal si hoy nos fijamos en uno?

Las personas somos seres sociales y tendemos a reproducir roles de aquellas personas que tenemos cerca. Miremos, entonces, a aquellas mujeres mayores de 65 años que llevan toda una vida sufriendo violencia de género, con actitudes que se han pasado por alto porque están normalizadas.

Todo el mundo lo sabía… y nadie hizo nada. Algunos lo escuchaban, otros lo veían, podían intuirlo o lo imaginaban. Por eso, hoy queremos mirar hacia ellas, las mujeres mayores de 65 años. Mujeres que han sostenido hogares, familias y silencios. Mujeres que han vivido bajo una violencia tan larga y tan cotidiana que se volvió normal. Las pruebas no eran tan difíciles de ver… pero nadie hizo nada.

Las mujeres mayores de 65 años suponen el 13% de las asesinadas desde 2003, pero apenas denuncian. Nunca debemos culpar a las mujeres que no denuncian, pues los motivos son muy amplios; sería acusar a la víctima de algo tan atroz como la violencia de género, de ser la víctima. Pero sí es necesario entender el porqué y denunciarlo para cambiarlo.

Estas mujeres, muchas veces, son invisibilizadas por sus propios maltratadores y, como acción feminista, debemos poner el foco también en ellas. Es nuestra obligación tenderles la mano.

Algunos motivos de vulnerabilidad y formas de su violencia son:

1.   El control económico. Durante décadas, muchas no pueden acceder a un trabajo propio. Dependen del salario del marido, de su firma, de su permiso. Esa dependencia se convierte en una cárcel invisible que aún hoy las ata. Si denuncian no tienen ni recursos económicos ni una casa propia.

2.   El aislamiento social. Son alejadas de sus amigas, de sus familias, de su entorno. Los maltratadores les cortan todos los hilos que las unen con el mundo exterior. Así, la soledad se convierte en una herramienta más de control. Los celos no solo aparecen con acusaciones de infidelidad, sus maltratadores pueden llegar a tener celos de sus hijos porque no quieren que ellas muestren cariño y cuidado hacia otra persona que no sean ellos.

3.   La violencia psicológica. Humillaciones, desprecio, indiferencia, silencio. Ser tratadas como si no valieran nada. Palabras que no dejan moratones, pero que rompen por dentro o la ausencia de palabras. Son ignoradas al igual que controladas.

4.   La violencia física y sexual. En muchos casos, esa violencia se mantiene en silencio durante décadas. No hay refugio, ni atención, ni escucha. Algunas solo hablan cuando sus hijos ya son adultos, cuando sienten que ya no tienen nada que perder.

5.   La violencia a lo largo del ciclo vital. Una vida entera marcada por el miedo. Y aún así, muchas de ellas siguen ahí.

Estas mujeres presentan, en muchas ocasiones, mayor fragilidad física y emocional, debido a padecer enfermedades, discapacidades o situaciones de dependencia que las colocan en posiciones de mayor vulnerabilidad. Viven en condiciones precarias, sin apoyos humanos, económicos o materiales, porque, aunque vivan bajo un techo, si ellas denuncian se quedan sin él, no saben dónde ir o a quién acudir.

Por eso debemos cambiar nuestra mirada y no tener miedo de actuar. Por mucho que siempre hayamos visto que a nuestras madres, abuelas, tías o vecinas las han tratado así, debemos entender que eso no está bien. No hay que esperar a que haya una paliza o el mayor acto de dolor, como es el asesinato, para entonces actuar.

Muchas de las situaciones de violencia de género que sufren las mujeres mayores son denunciadas cuando trabajadores y trabajadoras sociales o sanitarias dan la voz de alarma. Por eso, el feminismo también defiende lo público. Tener instituciones públicas preparadas, bien financiadas y concienciadas con la violencia de género marca la diferencia entre vidas que están deseando ser vividas, tengan la edad que tengan, y poder destruir de una vez por todas la violencia de género.