Tras todos los vivos hay una larguísima y necesaria muchedumbre de muertos en fila que acaba en cada uno de nosotros. A nadie le es posible vivir cargando con los cadáveres de cuantos nos han antecedido. Pero inevitablemente todos cargamos con algunos, por lo general los menos antiguos, vivimos con ellos, los llevamos y -junto con nosotros mismos, unos cuantos vivos y otras circunstancias biográficas- nos configuran decisivamente: no es posible otra cosa. Pero ¿qué ocurre si se carece de alguno de los muertos recientes al que, aunque el fallecido aporree con insistencia la puerta, no puede dejarse entrar? ¿Qué clase de hueco o vertiginoso vacío se instala al otro lado de uno? Y ese hueco o vacío ¿cómo succiona y pesa y tira del vivo hacia sí, hacia atrás?

Tras una larga ausencia, un hombre regresa a su pueblo dispuesto a ajustar cuentas. Ni él ni su pueblo ni quizá sus muertos son ya los mismos de antes y, sin embargo, siguen siendo los mismos...

Con El lugar de las ausencias el autor se reconcilia con sus fantasmas personales. Pero también reconcilia a los muertos y "desaparecidos" de la guerra civil y de la posguerra, fuesen del bando que fuesen, con quienes le sobrevivieron y aún sobreviven, sean del bando que sean. Porque esta novela no es sólo una novela. Es también historia. Una historia que sucedión en la posguerra, que es imprescindible conocer y que ya va siendo hora de que nos contemos sin odio cuantos descendemos hasta hoy de ella.